Los clientes que más necesitan extremar la confidencialidad han comenzado a sacar millones de euros de las arcas de los grandes bancos suizos para refugiarse en destinos más permisivos, como la primera economía mundial. Mientras la Asociación de Banqueros Suizos (SBA por sus siglas en ingles) ni lo confirma ni lo desmiente oficialmente a El Confidencial, un informe privado de una reconocida firma helvética del sector no deja lugar a dudas: los patrimonios más sensibles a la luz y los taquígrafos ya están haciendo las maletas para llevarse sus ahorros a Bahréin, Nauru, Vanuatu y Estados Unidos. Y no solo se marchan de Suiza, sino también de antiguos paraísos fiscales como Jersey, Panamá, la Isla de Man o las Islas Caimán.
No huyen por las playas, por supuesto, sino por un motivo muchísimo más sabroso y lucrativo. Son las únicas localizaciones que no van a aplicar en los próximos dos años un estricto protocolo internacional llamado CRS (‘Common Reporting Standard’), que exige que las entidades financieras, incluidas las gestoras de activos y las aseguradoras, compartan a partir de 2017 y 2018 los datos fiscales de sus clientes automáticamente con las agencias tributarias de los países donde residen. Gracias a eso, Cristóbal Montoro y sus sucesores recibirán cualquier información que necesiten sobre las empresas y ciudadanos residentes en España con inversiones en Suiza. No tendrán ni que pedirla.
Las cuentas más opacas están aterrizando como una nevada de millones de dólares sobre Nueva York, dejando atrás no solo infames paraísos fiscales, sino también grandes núcleos financieros como Ginebra, Zúrich o incluso Londres. Un banquero de una entidad helvética que prefiere no dar su nombre afirma que en su sector “se ve como un abuso absoluto por parte de Estados Unidos y una doble moral de campeonato”. Según él, la Casa Blanca está ayudando una vez más a sus bancos en detrimento de los extranjeros, aunque tenga que arriesgarse a atraer miles de millones de dinero negro.
Anne Cesard, portavoz de la Secretaría de Estado suiza de Asuntos Financieros Internacionales, reconoce que ellos se han comprometido a compartir automáticamente la información fiscal y que Washington no está obligado a seguir sus pasos, aunque les ha asegurado que lo hará en el futuro. Cesard advierte de que el protocolo “no tendrá éxito si no acatan todos por igual las mismas normas” en todo el mundo. Nadie quiere competir con Estados Unidos con las manos atadas, que es lo que ya ha empezado a ocurrir.
¿Pero cómo ha explicado Barack Obama que no va a cumplir el CRS sin indignar al resto o ponerse al mismo nivel que paraísos fiscales como Nauru o Vanuatu? Para empezar, utilizando su enorme peso diplomático y el hecho de que los republicanos podrían bloquear cualquier regulación que obligue a los bancos a compartir más datos fiscales de los clientes. Y para continuar, les ha recordado que la primera potencia mundial ya posee un mecanismo llamado FATCA (‘Foreign Account Tax Compliance Act’) para compartir automáticamente esa información, aunque no tenga exactamente los mismos estándares que el CRS. El presidente demócrata ha anunciado que tomará decisiones para que los dos instrumentos se parezcan cada vez más.
Diferencias de sistema
Pero ¿cuáles son esas diferencias que están animando a los patrimonios más opacos del mundo a cambiar Ginebra, Londres o la Isla de Man por Nueva York? Jorge Moreira, socio del departamento de Fiscal de Garrigues, cree que la principal es que “FATCA se centra sobre todo en los ciudadanos y residentes de Estados Unidos”. La consecuencia, según fuentes del sector en Suiza, es que la primera potencia mundial exige los datos que le interesan pero no siempre comparte los de los nacionales o residentes de los países con los que firma los acuerdos. Esto significa que los extranjeros disfrutan de una protección extra en Estados Unidos con la que no pueden contar en Suiza.
Además, FATCA, aunque Washington comparta finalmente toda la información con sus socios, obliga a informar sobre menos individuos, productos financieros y empresas que el CRS. Entre otros, según un análisis reciente de la consultora y auditora Deloitte, no tienen que informar sobre pequeñas entidades financieras locales, sobre aseguradoras, sobre particulares con cuentas iguales o inferiores a 50.000 dólares o sobre los intereses por participaciones en determinados fondos de inversión.
La última gran diferencia que indigna a los suizos es que mientras su Gobierno solo podrá decidir si comparte o no comparte automáticamente los datos fiscales con un determinado país y tendrá que dar explicaciones al Foro Global de la OCDE si no lo hace, Washington es mucho más difícil de presionar y puede seguir ofreciendo alegremente tres tipos de acuerdos en los que se compromete o a compartir automáticamente la información, o a hacerlo solo si se la solicitan (y Washington acepta la solicitud) o a no hacerlo bajo ningún concepto aunque Washington pueda obligar a que los otros estados les suministren lo que les pidan.
En estas circunstancias, Suiza, y detrás de ella muchos de los países que tienen sectores financieros que siempre se han beneficiado de la opacidad de las cuentas, han empezado a defenderse de lo que consideran una competencia brutalmente desleal. Anne Cesard ha advertido de que un organismo de la OCDE “vigilará atentamente que todos los países y centros financieros importantes, incluido Estados Unidos, implementen efectivamente las reglas CRS”. Por eso, añade, la grieta que separa a la regulación estadounidense de la suiza “es solo temporal”. ¿Lo malo? Que nadie sabe con seguridad de cuánto tiempo estamos hablando.
¿El fin del secreto bancario?
Pero Suiza no se va a conformar con echar encima de Estados Unidos a los sabuesos de la OCDE, sino que, si Washington no cumple lo prometido, se reservan la opción -perfectamente legal- de negarse a suministrar toda la información sobre las entidades financieras estadounidenses o bien dejar de cumplir el CRS hasta que todos los principales centros financieros del mundo hagan lo propio. Obviamente, son opciones extremas, pero posibles, sobre las que no se pronuncia oficialmente el Gobierno.
Tampoco hay que olvidar, advierte la patronal local de banqueros (SBA), que para que Suiza comparta la información fiscal automáticamente, los otros países tendrán que negociar y firmar un acuerdo con ella, y cumplir de paso “los estándares establecidos por la OCDE”. Esto significa que Berna puede dilatar el tiempo e imponer determinadas condiciones sabiendo cuántos países en todo el mundo ansían la información que esconde en sus cofres.
Una de esas condiciones es que van a dar prioridad a sus principales socios económicos y comerciales, algo que, según un informe privado de una entidad suiza, permitiría que las cuentas de las grandes fortunas y empresas de algunos países emergentes con los que apenas tienen relación sigan disfrutando durante años de la más absoluta opacidad. Además, han presionado, según ese mismo informe, para que los países que quieran los datos aprueben amnistías fiscales que beneficien a los clientes de los bancos suizos si declaran dinero negro. Por último, el Gobierno ha advertido públicamente de que va a ser exigente con la voluntad y capacidad de los países firmantes a la hora de proteger y no filtrar los datos fiscales de los clientes. La OCDE prevé la suspensión de los acuerdos de intercambio de datos y sanciones ante este tipo de violaciones de confidencialidad.
Los banqueros suizos de la SBA creen que la delicadísima situación de su país no supone ni mucho menos el fin del secreto bancario, porque sus entidades financieras van a compartir exclusivamente los datos fiscales y nada más. La transparencia va a tener un límite muy definido, según ellos, y por eso una de las principales entidades suizas en España afirma que aquí lo único que se está terminando es la actividad de quienes utilizaban la confidencialidad para evadir impuestos y lavar dinero. “El resto de nuestros clientes” -advierte- “no tienen que preocuparse por nada”.
A pesar de eso, los titulares de las cuentas que no quieren ni oír hablar de luz y taquígrafos parece que han empezado a hacer las maletas para marcharse de Suiza, entre otros lugares. Hablamos potencialmente de miles de millones de euros en pérdidas para muchas naciones que habían convertido la opacidad en una religión laica. Nadie duda de que su lucha para que Estados Unidos no se aproveche de ellas y las exprima va a ser durísima. Washington las ha derrotado en el primer asalto. Habrá más.
** Foto de El Confidencial Rueda de prensa en la sede del Banco Nacional Suizo en Berna, el 10 de diciembre de 2015
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